El 2º Pacto de Gobierno ha fracasado estrepitosamente. Debe cerrarse una época en la que la política se reduce a pactar con minorías de muy escaso apoyo electoral, cuyo fin es rentabilizar el poder económicamente y destruir el marco constitucional. El nuevo intento de recomponer el pacto con el regreso de Francesc Buils es propio de una comedia de enredo.
El desesperado intento de Antich de recomponer una vez más su equipo de gobierno con el regreso del anterior Conseller de Turismo, que fue destituido (septiembre de 2008) por tensiones internas en su mismo partido, demuestra una vez más, que el poder es un fin en sí mismo para el Presidente. No sólo la destitución de Buils, en el equipo de gobierno de Antich, fue humillante, pues le quitaba la autoridad sobre lo que debiera haber sido de su exclusiva competencia. También lo es su regreso: una carta escondida con la que prolongar un gobierno desacreditado por pactar con un partido corrupto con tal de mantenerse en el poder.
Hasta ayer, UpyD proponía un entendimiento entre PP y PSOE que permita a Antich un gobierno en minoría con acuerdos puntuales. Pero un PP que vuelve a su nefasto y reciente pasado (José María Rodríguez), y la restitución del pacto con la corrupción de UM, les invalida a ambos. Antich y sus socios actúan como si después de todo, la corrupción es un socio necesario con el que los miembros del pacto están dispuestos a convivir. Hace más de una década, que PP y PSOE han reducido la política a componer y recomponer pactos con tal de ocupar físicamente el poder, y ejercer como vulgares supervivientes de la política profesional. Ambos son responsables por igual de la desafección y el rechazo que las instituciones producen entre los ciudadanos. Ambos han pactado, cedido, silenciado e ignorado la corrupción cuando les convenía hacerlo. Ambos condescienden, potencian o rentabilizan la fiebre identitaria. Ambos han demostrado que coinciden en los fines principales: vivir a costa de un galopante gasto público que ni en época de crisis son capaces de racionalizar. Ambos carecen de proyectos, más allá de una retórica oportunista, que sirvan para frenar el deterioro económico. Ninguno tiene aval para presentarse como salvador de una situación que ha creado si no cambian la inercia en la que perseveran.
Ante un panorama desolador, es urgente que la ciudadanía se pronuncie electoralmente frente a los que mantienen una forma tan degradante de entender la política.
El desesperado intento de Antich de recomponer una vez más su equipo de gobierno con el regreso del anterior Conseller de Turismo, que fue destituido (septiembre de 2008) por tensiones internas en su mismo partido, demuestra una vez más, que el poder es un fin en sí mismo para el Presidente. No sólo la destitución de Buils, en el equipo de gobierno de Antich, fue humillante, pues le quitaba la autoridad sobre lo que debiera haber sido de su exclusiva competencia. También lo es su regreso: una carta escondida con la que prolongar un gobierno desacreditado por pactar con un partido corrupto con tal de mantenerse en el poder.
Hasta ayer, UpyD proponía un entendimiento entre PP y PSOE que permita a Antich un gobierno en minoría con acuerdos puntuales. Pero un PP que vuelve a su nefasto y reciente pasado (José María Rodríguez), y la restitución del pacto con la corrupción de UM, les invalida a ambos. Antich y sus socios actúan como si después de todo, la corrupción es un socio necesario con el que los miembros del pacto están dispuestos a convivir. Hace más de una década, que PP y PSOE han reducido la política a componer y recomponer pactos con tal de ocupar físicamente el poder, y ejercer como vulgares supervivientes de la política profesional. Ambos son responsables por igual de la desafección y el rechazo que las instituciones producen entre los ciudadanos. Ambos han pactado, cedido, silenciado e ignorado la corrupción cuando les convenía hacerlo. Ambos condescienden, potencian o rentabilizan la fiebre identitaria. Ambos han demostrado que coinciden en los fines principales: vivir a costa de un galopante gasto público que ni en época de crisis son capaces de racionalizar. Ambos carecen de proyectos, más allá de una retórica oportunista, que sirvan para frenar el deterioro económico. Ninguno tiene aval para presentarse como salvador de una situación que ha creado si no cambian la inercia en la que perseveran.
Ante un panorama desolador, es urgente que la ciudadanía se pronuncie electoralmente frente a los que mantienen una forma tan degradante de entender la política.